Estoy muy de acuerdo contigo, Roberto. Mi madre era analfabeta, pero extraordinariamente inteligente. Sabía el valor de libros. Aprendió a leer conmigo. Empezó a trabajar en un biblioteca fregando suelos, que fue su oficio de toda la vida. Una bibliotecaria amable me reconoció como niño desamparado entre efluvios de lejía y me prestó dos libros. Desde entonces sé que las mejores armas que existen para luchar contra la miseria y la tiranía están en las bibliotecas y que cada bibliotecario es un activista camuflado. Para mi, una biblioteca es un rincón de esperanza.
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